EL SUÉTER DE ROMBOS

Raúl utilizaba todos los santos días el mismo suéter de rombos negros y grises. ¡Todos, todos los santos días! Carmen recordaba que desde el día que se enamoraron en la cafetería de la universidad, hace ya casi treinta años, él lo llevaba puesto. Raúl había cambiado mucho desde aquél entonces pero el suéter se mantenía intacto.  En un inicio Carmen lo adoraba, pero con el pasar de los años le pareció una prenda monótona y sombría. Una noche, mientras su esposo se duchaba, lo vio tirado en el suelo de la habitación, lo levantó y casi sin pensarlo lo arrojó al tacho de basura.  Al instante cerró con fuerza la funda plástica y de prisa bajó las escaleras para arrimarla junto al poste de luz. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo se sentiría Raúl cuando no lo encuentre? ¿Podría suplir su ausencia?  Con el corazón entre los dientes, subió nuevamente hasta la habitación y desde la ventana volvió a mirar la prueba de su crimen. Afuera la luz parpadeaba y la funda de basura aparecía y desaparecía como una imagen traumática. Entonces el remordimiento acosó a Carmen por todos los costados.

Raúl cerró las llaves y descorrió la cortina de baño.  Ella rápidamente se metió bajo las cobijas y fingió descansar. Él, por su parte, se acostó y se durmió de inmediato porque había tenido una jornada realmente pesada. Carmen repasaba una y otra vez la escena del crimen. De pronto el arrepentimiento la empujó a levantarse para recuperar el suéter de rombos negros y grises. Pero fue muy tarde, en ese mismo instante escuchó el sonido de los neumáticos y los frenos del camión de basura. Se asomó a la ventana y vio que uno de los trabajadores recogió la funda plástica y la lanzó al fondo del balde. El camión siguió su camino como un enorme insecto recolector y entre chirridos se perdió en los enjambres de la ciudad.

Aquella noche Carmen se despertó sobresaltada una y otra vez. La culpa no la dejó descansar.  Al día siguiente, cuando se levantó, vio a Raúl sentado en la sala. Como era habitual, estaba leyendo el periódico y tomaba una taza de café pasado sin azúcar. Entonces cuando se acercó para saludarlo se dio cuenta de algo muy extraño: ¡traía puesto el suéter de rombos negros y grises! ¡el mismo de siempre! ¡el de todos los santos días! Y pese a que se conocían treinta años, ninguno se atrevió a confesar su secreto. Raúl la miró fijamente y le dijo: “Feliz aniversario, amor mío”.

rombos

Fuente: https://ar.pinterest.com.

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